Necesito pajitas de plástico y toallitas desechables. Soy discapacitada. No tengo elección
Penny Pepper, The Guardian
Sé lo perjudiciales que son para el medio ambiente pero no me puedo permitir el lujo de una vida sin plástico1 2
«Necesito pajitas3 que puedan doblarse, que admitan todo tipo de bebidas, incluso medicamentos, y a cualquier temperatura»
Recuerdo cómo fue mi despertar a la conciencia del ecologismo: enterarme de repente de que los productos se ensayaban en animales. Esto fue a principios de los 70. Tenía yo unos 10 años y una profesora me dijo que los polvos de talco se probaban en los ojos de perros y gatos para asegurar su inocuidad. También me dijo que los envases de plástico contaminaban el planeta.
Pocos años después, cuando mi rebeldía dio paso a cierta sensibilidad, me metí de lleno en el activismo ecologista. Me hice de Greenpeace. Escribí cartas, incluso al Papa en su visita a Gran Bretaña, en contra de la caza de crías de foca en Canadá. Es una pasión que nunca me ha abandonado.
Pero el ambientalismo puede hacerse muy cuesta arriba si se tiene en cuenta que soy discapacitada desde los 14 años. Con el tiempo, me he dado cuenta de que el ecologismo no siempre está en consonancia con mis necesidades especiales.
Pongamos por ejemplo el debate de las pajitas de plástico, y la advertencia de que las toallas desechables se acumulan en enormes masas indestructibles que colapsan los sistemas de alcantarillado.4 Al igual que mucha gente con discapacidad, necesito ambos artículos. No es algo que yo elija por mi estilo de vida. No es un lujo que me permita. Necesito pajitas que puedan doblarse, que admitan todo tipo de bebidas, incluso los medicamentos, y a cualquier temperatura. Necesito pajitas que no sean muy gruesas, que no me provoquen la tos y que pueda sostener en la boca sin dificultad.
Por eso me produce sentimientos encontrados la noticia de que Seattle se ha convertido en la primera gran ciudad de los Estados Unidos en prohibir el uso de pajitas de plástico, así como los presuntos planes de Teresa May de hacer lo mismo en el Reino Unido. He oído en mis redes sociales que las pajitas quizás podrían convertirse en un «artículo especial de uso médico» para las personas discapacitadas. Déjenme decirles que los discapacitados estamos cansados de ser «especiales» (título de un poema mío) y que, de ser ciertos los rumores, nos veríamos sin duda forzados a pasar por una evaluación muy desagradable para tener derecho a una pajita.
Me he batido el cobre en las filas del ecologismo durante más años que la edad de muchos recién llegados a dichas filas. Me incomoda y me disgusta a partes iguales ver a gente sin discapacidades comportarse como si supiera la respuesta a este dilema en discusiones que pueden ser muy acaloradas o desconsideradas. ¿Para qué necesitamos las pajitas de plástico? ¿Es que las de papel no sirven? ¿Y las de bambú? ¿Las de vidrio? ¿Las de metal? Son preguntas que no tienen una respuesta fácil. Las pajitas de papel por lo general no son de mucha ayuda con líquidos calientes y todavía no he encontrado ninguna que tenga una flexibilidad decente, cosa importante para poder beber sin riesgos adoptando un ángulo adecuado cuando no puedes sostener el vaso o incluso si otra persona te lo tiene que sostener. Las pajitas de metal suelen ser demasiado gruesas, son más apropiadas para los batidos de fruta, y no son muy buenas si tienes problemas para morder. He intentado usar las de silicona, que resultan demasiado blandas y gruesas para poderlas utilizar con garantías.
Y si hablamos de las toallas desechables, el principal problema aquí es el precio. Hay muchas alternativas biodegradables, pero algunas de las más respetuosas con el medio ambiente pueden llegar a costar 4.99 libras, mientras su equivalente no biodegradable cuesta 79 peniques. Los progenitores sin recursos, los discapacitados y las personas que reciben ayudas sociales pueden verse obligadas a elegir lo más barato. Soy consciente de que llevo años haciéndolo.
Lo que me irrita es que mucho dicen que los discapacitados no tienen sensibilidad ambiental. La verdad, la experiencia me dice que a muchos nos importa incluso más que al resto. Quizá eso se debe a que muchos de nosotros tenemos estas necesidades especiales, hemos de enfrentarnos a infinidad de obstáculos y actitudes negativas diariamente, y nos vemos obligados a ver las cosas de forma distinta. Luego está el factor salud. La verdad es que quiero preservar mi propia salud no usando sustancias químicas. Tampoco quiero que esos productos destruyan la vida marina —por si no lo sabían, participé en la primera oleada de protestas contra las redes de arrastre en los años 80—. Pero aunque yo fuese la única ecologista de una comunidad de discapacitados totalmente indiferente al tema, supongo que nuestro uso de esos productos es infinitamente menor que el que hacen aquellos a los que sí les importa un comino o que los utilizan solo porque son productos que están en el mercado.
Los discapacitados no queremos anteponer nuestras necesidades al respeto al medio ambiente, pero parece que nadie tiene en cuenta el impacto que las futuras innovaciones legislativas tendrán en nuestro bienestar. Si hay que llegar a una prohibición, que los gobiernos y fabricantes pongan sobre la mesa alternativas decentes, económicas, y ecológicas para todos.
- PEPPER, Penny. I rely on plastic straws and baby wipes. I’m disabled – I have no choice The Guardian, 2018-07-09. (↑)
- Penny Pepper es escritora y activista por los derechos de los discapacitados. Su libro de memorias First in the World Somewhere ha sido publicado por Unbound. (↑)
- Caña, cañita o popote, son equivalentes a pajita. No existe una alternativa neutra a este término en español. [N. de T.] (↑)
- En inglés, tales masas se conocen como fatbergs, término que se emplea en el texto original. No existe en español un término equivalente, así que se utiliza su definición. [N. de T.] (↑)